Sobre por qué no me gusta el color gris
Da igual los adjetivos que utilice para describir a mi madre porque ninguno la describe realmente. Podría decir de ella que es (que era) despistada, cariñosa, responsable o que montó una librería en un pueblo sin librerías y que por esa librería yo descubrí todos los libros de Jordi Sierra i Fabra.
También podría decir que me acompañó a abortar allá por el 2011, cuando sola, perdida y dolorida me descubrió por sorpresa sentada en los bancos del aeropuerto. Yo tenía entonces 25 años y creía que sabía mucho de muchas cosas, pero resultó ser que no sabía nada de prácticamente nada. Pero ella era mi madre y sí que sabía. No solo qué hacer sino qué no hacer: no juzgar y no preguntar.
Podría decir también que fumaba a escondidas en la azotea de casa o que se enfadó con mi padre en la fiesta sorpresa de sus 50 años porque no quería que nadie supiese que cumplía 50 años. Pero hoy todas las aristas de una personalidad magnética están teñidas por una circunferencia gris que puedo ubicar perfectamente. Concretamente entre en iris y la pupila. Es una especie de gris claro que tira al celeste y que le impide seguir el hilo de una película, contestar coherentemente en una conversación, cambiar un pañal a su nieto o ubicarse en un pueblo de apenas 9 calles. A veces estamos en una comida con personas que no son muy próximas pero tampoco muy lejanas, que desconocen quién era ella antes de ser la persona que es ahora, y su risa demasiado fuerte, su comentario sin venir al caso, su pregunta impropia o su argumento infantil provocan que el resto de la mesa se mire con un disimulo mal escondido, en un intento poco efectivo de obviar que no se han dado cuenta.
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He visto dos veces la película Aftersun. La primera vez fue rodeada de amigas después de haber bebido algunas cervezas. Tuve la sensación de que acababa de ver algo sensible y duro que no comprendía del todo. La segunda fue sola en casa y entonces me quedé destrozada, pero también maravillada, como en trance y plenitud.
Aftersun narra las vacaciones de un padre con su hija en un resort vacacional. La hija, ahora una adulta a punto de formar una familia, intenta conocer quién fue su padre a través de los recuerdos de ese verano grabados en unas cintas vhs.
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La ansiedad que me causaba Tuiter la compartí hace poco con mi amiga M. Le confesé que me había desinstalado la app del móvil porque a veces me dormía pensando en todas esas personas que veía temblando de miedo en la pantalla del teléfono. Entraba a la app y miraba su dolor con la excusa de saber qué está pasando en el mundo. Y el algoritmo, obviamente, asumía que aquello era lo que yo quería/necesitaba e incesantemente repetía lo mismo: llantos y temblores de niños, de mujeres y hombres muertos de miedo. Y entonces me encontraba pagando la compra llorando de pena o mirando a mi hijo pensando en todos esos niños que ahora ya no tienen madre. Ese estrés no le importa a nadie ni tampoco cambia en nada la situación de nadie, pero confirma algo que ya intuía pero no me atrevía a aceptar del todo: que soy una pésima periodista incapaz de soportar la realidad del mundo en el que vivimos.
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Quizás mi madre no se acuerde del mes en el que estamos, ni de qué día de la semana es, ni de cómo es su número de teléfono, tampoco si tiene un vuelo o una cita médica mañana. Pero en medio de una conversación sin demasiada congruencia ella recuerda cosas de quién era o de quiénes eran los que la acompañaban. Y esa pequeña anécdota, instalada todavía en la memoria, hace que suelte una coletilla sin venir a cuento; o que quiera comerse tal o cual cosa; o que le apetezca hacer algo en concreto. Y entonces me río bastante, y no solo se me pasa la agitación que siento por el mundo, sino que me enseña a estar con ella desde la tolerancia, el respeto, el amor o la admiración. Porque en medio de algo tan doloroso como es percibir ese gris tan manifiesto, puedo apreciar todo lo otro, que sigue siendo mucho más importante. Tal vez por eso Aftersun me ha gustado tanto, porque describe visualmente que la ternura y la crueldad siempre caminan agarradas de la mano.